jueves, 18 de diciembre de 2008

Erosión

Alfred me escribió hace unos días. No sé cómo estará él ahora, quiero visitarlo pero algo me dice que no debo hacerlo. Esto fue lo que Alfred escribió:

“Que es imposible creer lo que veo en estos momentos. Estaba en mi cuarto leyendo revistas sin argumentos, aburrido por la carencia de sabor en mi vida. Pensaba en qué podía yo hacer para revivir. Me maltrataba la rodilla que me quedaba próxima a mi mano derecha; pobre de ella. Un pellizco fuertísimo me hizo levantarme veloz de la cama. Fui a recorrer mi casa, pensaba en lo poco que la conocía. Quizás nunca tuve tiempo para fijarme en las rozas del patio ni en lo estrecho que es el pasillo que une la cocina con el salón de descanso. Fui hasta el patio y todo cambió, el cielo estaba naranjo. Era natural verlo naranjo a esas horas de la tarde, cuando el sol ya se ponía, pero no faltaron muchos segundos para darme cuenta que no sólo el cielo había cambiado de tinte, sino que todo el espectro visual. Las rozas mismas habían cambiado de color, el pasto, las paredes de mi casa, hasta mi cuerpo había cambiado. Estuve un tiempo mirando el cielo, a ratos me miraba la mano; estaba encantado. Las nubes postradas en la altura desaparecían en su misma blancura y se unían al radical cambio; yo les sonreía y ellas se retiraban con picardía. En ese momento pensé en ti, algún día te dije que necesitaba un reconforte, tú sólo atinaste a sonreír. Me habías advertido de mi depresión, de mi llanto inútil, pero yo no te hice caso; no podía hacerte caso. Tus palabras no eran más que un juego infantil y esmero para mis oídos sordos…pero tenías razón. El cielo me lo había dicho, era todo esto como una erosión celestial, todo estaba cambiando y yo estaba siendo llamado; tenía que ser yo parte del cambio. ¿Eres tú parte del cambio? Mira el cielo ahora desde tu casa; yo ya he cambiado, he sonreído otra vez”.

He mirado entonces el cielo y lo veo anaranjado. Aún no encuentro la felicidad que Alfred supo encontrar en el tinte. Lo quise visitar muchas veces pero aún no me atrevo. Mi monotonía, quizás mi escala gris, todo esto mío puede espantarlo en cualquier minuto; no quiero ser parte de su reencuentro con la esclavitud. Le he escrito de vuelta, no se me ha ocurrido nada mejor:

“El cielo no te mira con los mismos ojos que tú lo haces. Cuidado con las nubes pícaras, nunca entenderás de qué se están burlando. Feliz estoy por saber tu reconforte, pero te advierto de nuevo, no confíes en él. Utilízalo siempre que puedas, alégrate con él, busca en él tu felicidad, pero no te lo impregnes en el alma, porque en cualquier momento se irá. Si se llega a ir, no lo busques entre las nubes, pues sabrás por qué ellas reían con picardía. ¿Ves? La alegría no es eterna, pero en este sólo minuto me alegro de tu encuentro con la serenidad. Estabas deprimido y ya no lo estás, por eso te pido que no confíes en el reconforte, quédate ahí mismo mirando el cielo…sonríele, pero no dejes que sepa tu pasado. Cambia con él, pero no le demuestres tus tristezas anteriores. Así, cuando el tinte vuelva a la normalidad, esta erosión no se llevará la felicidad consigo, y sólo ahí he de poder visitarte, amigo mío, así es como han de ser las cosas cuando el mundo te pide cambiar”.

Esperaré unos días por su respuesta, pues sé que lo hará, Alfred no tiene nada más que hacer que sonreír y responder.

1 comentario:

DW dijo...

¿Por qué no hay personas en tus relatos o las personas siempre tienen rasgos secundarios, como si fueran irrelevantes?
Por lo que veo te gusta utilizar a los seres humanos como excusas parlantes, como formuladores del diálogo, pero no estás aprovechando a los personajes realmente.
En este texto vaciaste todas tus esperanzas en el contenido de las epístolas, pero no diste pista alguna con la acción. Ni si quiera el drama, que es el género con mayor cantidad de mímesis, vacía tanto sus textos al punto de anular la acción. Tú corres peligrosamente con ese riesgo si no haces algo con tus personajes que avale su existencia más allá de lo que dicen. El poder no está en las letras ni en la palabra, está en lo que puedes hacer que hagan otros al utilizarlas.
Formalmente revisa los tiempos una vez más; cambias del pret. imperfecto al perfecto constantemente y, como ya te mencioné, causa confusión. Por último, experimenta anulando la naturaleza de tus relatos, a ver dónde más encuentras belleza y humanidad.
Saludos.