viernes, 22 de febrero de 2008

Depresión

¿Cómo he de salir de estos días grises? Aquel sonido embriagante, feroz, desértico. Las notas de un horrible piano abrasando las maldiciones de aquellos rumbos a los cuales mis pies no pudieron ir. Estas murallas, aprehensiones innatas de mi propia respiración fatigada en el descenso del alma, comprimen el deseo sublime de la voluptuosidad humana – de su poderío –. Son como espigas inmortales, encorvadas bajo el anhelo de los mártires, sofocadas en el mar de la desolación, en la corriente desnaturalizada del frío. Esta forma geométrica y variable mis ojos perciben, sin inmunidad, como el hombre al llanto. No han de correr lágrimas abruptas sino torrentes versátiles. No he de mirar el gélido dolor de mi muerte, sino que lo gozaré, encaminando mi destino al foso de la desesperación. Así volverá noviembre, cambiante clima yermo, alternando variaciones entre insolación y escarchado.

¡Ay de aquellos que osen mirar el yugo de la esclavitud humana! Pues en ellos, infames hombres sin sentido, volverá a caer el sesgo profano, aquel que hoy me ha inundado. De la misma forma he de escribir la valkiria poética de mi angustia; y he de cabalgar entre los mares profundos e omnipotentes, bramando y llorando. He yo de salir al ocaso infinito de estrellas mulatas, vacilando mi postura post mortem. La desesperación no es algo que importe hoy, pues sólo he de pensar en la tranquilidad final. Ay de mí, también, que osé mirar el yugo de la esclavitud; he entonces perecido lentamente por una verdad carcomida por los años de ceguedad. El mundo no me ha avisado del peligro de indagar, puesto que hemos vuelto a la desdicha de la deshonra mutua, y la muerte se torna hacia nosotros. ¡Ay de aquellos que, como yo, ya han mirado el yugo de la esclavitud humana!

¿Volverán acaso esos días de niebla? Aquellos paisajes grisáceos que he de extrañar, aquellos vientos escandinavos que en mis sueños he de respirar. Todo volverá de manera escabrosa, y he de presentir la llegada de mi propio martirio, pues he encaminado mi destino al foso de la desesperación. No puedo salir de mi mente ni por un sólo segundo. Sólo quiero quedarme solo. Viviré tranquilo en mi tumba inerte, sintiendo la suave brisa cálida y monótona de una vida desperdiciada, flagelando mis pensamientos con el fracaso inepto de mi locura. Entonces, como fin último, he de revelar mi pasión hacia el mundo entero, pues he mirado el yugo de la esclavitud humana. He observado, cuan cerca y cuan dentro de mí, el destino de quien no podemos huir. He visto la guadaña y la oscuridad cayendo en mantos alegóricos, y no he de perecer por mi visión sosegada por el viento, sino por mi palpitar latente de vida apagada, de verdad encontrada.

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