miércoles, 27 de febrero de 2008

Ella

Creo, ciertamente, que ella debe de estar enamorada. Es imposible pensar en lo contrario. Ella debe apreciar como las mañanas tienen sentido si se respiran con el aire del amor; debe sentir como las flores no son más que el espejismo de su corazón latente de cariño y dulzura – la fatamorgana de amor, como diría Rivera Letelier –. Ella, en su mismísimo cielo terrenal, debe llenar sus pulmones de esperanzas de un nuevo amanecer, puesto que tiene con quien soñar despierta, con quien vivir alegre, con quien renacer en cada suspiro del cansancio rutinario. Su alma, creo yo, ha encontrado la respuesta que añoraba intensamente. Su cuerpo vibra y se estremece cuando estas flores inundan sus entrañas. Ella, ciertamente, debe de estar enamorada.


¿Quién, entonces, es ella? Pues ella es la misma que me hace sentir a mí. ¿Qué representa ella? Ella es mi mitad escondida en los arbustos de la respiración. Es como mi media naranja, pero sólo si esta naranja es metafísica. Ella es mi doble, mi pasión, mi introspección. Esa mujer es sin duda mi reflexión de la vida, es mi tesoro y mi bienaventuranza; mi futuro y mi pasado. Sus facciones me están llamando junto con sus ojos diluyentes, lo sé. Mi alma gemela imaginaria, creo que la llamaré así. Mi alma gemela imaginaria es a lo que quiero llegar, lo que quiero ser, mi máxima meta, mi felicidad. No sé dónde estará en estos momentos, pero confío en que nunca se irá lejos de mi propia imaginación, puesto que es ahí donde me interesa que esté.


Quizás ella debe estar recordando como su amor entró en su espectro, en su aliento. Creo que ella debe visualizar el momento en que sus vellos se erizaron de amor cuando la figura de la perfección llegó y denotó el interés que debió, sin duda, ser recíproco. Fueron meses atrás, en tiempos turbios y de desesperación, cuando la cuota de esperanza volvió repentinamente e inundó la vida de la mujer como el pasto al verde valle. El viento fue de gran ayuda, y también fue sutil. El mismo viento poético que levantó los estragos que la amargura había dejado en la mujer, y que trajo consigo las nuevas aventuras a las que ella misma podría optar por vivir. Ése fue el viento que llegó, quizás del sur, quizás del norte. Ella debió pensar que aquel romanticismo era concebido, pero la correspondencia quizás no era lo que el amor le deparaba. Quizás fueron otros factores, ella sabrá. Pero sí creo creer que ella nunca tuvo la certeza de las verdaderas razones que gatillaron su nuevo sufrimiento – digo nuevo aunque sea el mismo de antes. Creo que otro viento debió de traerlo. Como veo ahora, los vientos pueden ser muy cambiantes –.

Ella está enamorada. Aún lo está. No cabe duda. Ella es la misma mujer que me busca y me llama; la misma que me quiere y me lamenta. Ella ha caído en el amor ciego e incoherente, pero aún así entiendo que ha caído en lo más bello por lo que alguna vez pasó. Es extraño pensar en el amor como un sentimiento, puesto que ni siquiera sabría describirlo así. En el último caso, si el amor realmente es un sentimiento, no sabría clasificarlo. ¿Amor como alegría o como tristeza? ¿Amor como lo bueno o como lo malo? Supongo que la respuesta no es general, no debe ser general. Pero que más da, sea lo que sea que haya detrás del amor, sé que comprenderé a esta mujer. ¡Está desesperada, por Dios! ¡Cómo quieren que yo sea su brazo si ni su cabeza he de conocer!
Yo lo sé, la oscuridad está rondando. No es la noche, por el contrario, la noche es la alucinación perfecta del amor. Esta oscuridad es metafórica, es esa siniestra lobreguez que nos rodea por las espaldas, que nos agobia a todos y especialmente a ella. ¡Ella! ¡Lo sé! ¡Debe estar sufriendo tanto! ¡Tanto!

¿Qué se supone que puedo hacer?
¿Qué debo hacer?
¿Dónde la encuentro? ¿Dónde la abrazo?

Que desesperante, creo yo, debe ser el saber que las puertas se te cierran al momento en que las miras. Sientes como tu piel se desgarra poco a poco, dejando al descubierto la roja carne de tu dolor. ¡Pero claro! No cualquier dolor. El dolor en sí no es algo de importancia – me refiero al dolor físico –, pero aquella aguja filosa que se entierra en tus poros angustiados y que te inyecta una penetrante nostalgia eterna, ¡Ése sí es dolor!
Pienso entonces que ella debe estar sintiendo aquel dolor catastrófico. Creo que ella hubiera sido impotente a la resistencia. Creo incluso que cualquiera de nosotros lo hubiera sido. ¿Cómo puede un romance no funcionar? ¿Es acaso el amor, el mismo que se disfraza de belleza y ternura, tan hostigante? ¿Cómo se puede amar con tanto dolor? No comprendo nada, y creo que ella tampoco. Ella debe preguntarse lo mismo, lo sé. Debe de estar echada en su colchón, llorando, sufriendo, amortiguando cada espasmo de dolor por algo tan cínico como el amor.

Pero claro, es comprensible. El amor es bello, nítido y valioso cuando realmente está presente; y de nuevo volvemos a lo anterior, ¿amor como lo bueno o como lo malo? No lo sé, creo que nadie lo sabe. Pero todos, sin duda alguna, deben entender el alma de esta mujer. ¡Pobre mujer!


¡Cómo pueden mirarla con lástima! ¡Ella no se merece esto! ¡Nadie se lo merece tampoco! Es el amor quien merece lástima, ¡pues el amor lastima! El amor hiere, es un punzón delicado pero rígido, preparado para clavar. Sus heridas son profundas y cuesta cicatrizarlas. Algunas incluso cicatrizan, pero las llagas quedan por siempre; aunque antes de la herida, allí sí había compasión y dulzura. Allí había serenidad, paz y gloria.

Ella debe sentir el agobio del mundo sin sentido a su alrededor. Es un trance emocional grave, no hay más amaneceres ni atardeceres. Ella sólo vive en un largo y arduo día melancólico, abrumado por el sollozo eterno de aquellos ojos sin vida, ojos inertes. Y es el mismo amor quien ha hecho esto. Aún así, ella sabe lo que es un romance; sabe lo que es el romanticismo, y sé que estará agradecida por haberlo conocido. Ahora ella se despide, tranquilizando su cuerpo y su alma, volviendo a la paz. El sentido a la vida no volvió y ella se quedará en mi imaginación perturbada por siempre. Y aunque yo sólo la comprenda, sigo siendo ella. Ya no puedo esperar a un nuevo viento, no queda esperanza, y así he de terminar todo esto…

…espero que un nuevo viento se compadezca de mí.

1 comentario:

Unknown dijo...

Me clavó justo en el centro de mi alma. No por ella, sino por él.

Acaso, ¿cuando ves el inmenso universo imponente ante tus ojos, no piensas como yo?. Ciertamente, tu debes levantar el mentón y decir que, a pesar de la infíma cantidad de materia que ocupas en el espacio; tu guitarra, joven soldado, te da coraje frente a inminencias como estas.

Tienes en tu corazón las más bellas obras de arte, la más hermosa de las canciones y la pluma más letal que he conocido.